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miércoles, 4 de marzo de 2009

La función pública entre lo íntimo y lo privado




Las grabaciones dadas a conocer a la opinión pública en las que el actual Secretario de Comunicaciones Luis Téllez señala que Carlos Salinas se robó la mitad de la famosa partida secreta y otras más en las que manda por culo a Héctor Osuna titular de la COFETEL e incluso recomienda de manera falsa que se utilice el nombre de Calderón para obtener ciertos beneficios, es sólo una muestra de cómo se mueve la política, los negocios y la función pública en México. Sus protagonistas son obscenos no sólo en su léxico, si no por sobre todo en su manera de actuar. Ya lo decía el gober precioso, quien se ha convertido en un clásico: “ya le dimos sus pinches coscorrones a la pinche vieja esa”. Expresión que se repitiera con los policías que asaltaron Atenco, quienes añadieron que incluso les habían metido el dedo hasta la vagina.

Que sería de la función pública si nosotros, los ciudadanos comunes tuviéramos acceso a todas las conversaciones que entre ellos se dan, sobre todo para otorgar concesiones, dar contratos o concursar puestos de responsabilidad. Seguramente este sería un país llamado Utopía es decir, “no haya tal lugar”.
La función pública es de lo más desaseada, de alguna manera el periodismo debería estar atento para mostrar el desaseo que se da en este ámbito, sin embargo el periodismo también se ha vinculado con la suciedad que emana de la función pública. Por ejemplo se sabe del famoso 20 % que las constructoras dan a aquellos que les otorgan los contratos de construcción en el gobierno, se han tenido las pruebas en la mano, pero en lugar de mostrarlas o de denunciar este hecho a las autoridades, se utiliza dicha información para extorsionar, para obtener prebendas o ganancia material.
Pero la culpa no sólo es del periodista, muchas veces la impunidad juega un papel importante. He visto denuncias periodísticas en las que con pruebas suficientes se acusa a un servidor público de violar la ley y aún así los responsables de sancionar el ilícito se hacen de la vista gorda y prefieren encubrir al infractor. Aún me queda en la indignación cuando denuncie como Rafael Valverde encubría un ilícito confesado por uno de sus oficiales del Registro Civil y a los pocos días apareció una foto del gobernador dándole un espaldarazo.
Esta manera de actuar me recuerda a la iglesia encubriendo a los curas pederastas, quienes antes que ser sancionados, denunciados y puestos a disposición del Ministerio Público, son enviados a otras parroquias donde no conocen sus actividades pederastas y pueden actuar otra vez a sus anchas.
Que nos e quejen los servidores públicos de que se den a conocer esas conversaciones privadas en las que hacen alarde de su poca ética y nula moral, en la que comentan sin recato las maneras como se burlan de los ciudadanos, la manera en como poco a poco o de forma explosiva se enriquecen de manera ilícita.
Lo privado deja de serlo cuando implica a terceros, cuando perjudica comunidades, cuando daña el patrimonio nacional. Los periodistas no buscamos de ellos su intimidad: cómo hacen el amor, de que manera defecan, si se lavan los dientes tres veces al día. Buscamos en ellos lo público pero también lo privado en donde confiesan la clase de mierda que son.

Armando Ortiz, ha colaborado para la revista Cultura de VeracruZ, es egresado de la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana, ha desempeñado como promotor cultural del Ivec y de Diario de Xalapa, entre otros. aortiz52@hotmail.com

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